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domingo, 2 de agosto de 2020

La Higiene en la Antigüedad y Medioevo


Aunque los cánones de higiene de nuestros días están muy lejos de los que imperaban en otras épocas, que incluso en la actualidad nos podrían escandalizar, sin dudas las personas durante la Edad Antigua y Edad Media en efecto se higienizaban, aunque con técnicas y frecuencia un poco diferentes a las de hoy. Veamos.

Griegos y Romanos

En el siglo V aC ya los griegos construían baños e instalaciones sanitarias. También instalaban termas públicas donde los ciudadanos contaban con agua fría y caliente. Los helenos disfrutaban del agua, tanto para fines de higiene personal como para rituales o tratamientos medicinales. Esa costumbre se la pasaron a los romanos. Por tanto, para los griegos no eran extraños los retretes y hay evidencia del uso de alcantarillas que vertían en el subsuelo. Incluso, las leyes de Solón establecían la obligatoriedad de compartir fuentes y pozos[1].

Aunque se dice que los atletas griegos no se bañaban porque eso los debilitaba, en términos generales la población les encantaba el agua y desde niños sabían nadar, frecuentando mucho los ríos y el mar para bañarse. También eran cuidadosos con la higiene personal. Las mujeres acostumbraban a utilizar aceites para embadurnarse y frotarse con una piedra pómez para limpiar y suavizar su piel.

Esta práctica fue heredada por los romanos, quienes ya en sus domus aparecían instalaciones de bañera y letrina. En las casas de los más adinerados podíamos encontrar en los baños o balneum un sistema de calefacción para el agua, denominado hipocaustum o hipocausto, el mismo que se utilizaba en las termas públicas[2].

Baño público romano


Para los romanos, los baños públicos, además de ser importantes por la higiene personal, llegó a convertirse en un lugar para interactuar socialmente y ponerse al día con las últimas noticias y chismes de la ciudad. Allí asistían políticos, comerciantes y pueblo en general. Todos, sin excepción, por una pequeña cantidad pagada al gerente del lugar, llamado “balneator”, podían acceder a las instalaciones, en otros casos el acceso se ofrecía gratuito a los más humildes. Los baños públicos podían llegar a ser obras de gran envergadura, como los de Caracalla, con capacidad para 1600 personas, o los de Diocleciano, con capacidad para 3000.

En las casas multifamiliares, había una tinaja común o fosa debajo de las escaleras donde todos los habitantes vertían el contenido de sus bacinillas. Eso sí, aquellos que no eran lo suficientemente afortunados como para tener su propio drenaje sanitario, aprovechaban la noche para vaciar sus tinajas sépticas en la calzada. No hay que hacer mucho esfuerzo para imaginarse el mal olor de las calles.

Letrina pública romana


Gracias a sus letrinas públicas podemos entender hoy cuán aficionados eran los romanos en combinar la evacuación con la conversación, algo que parecería inverosímil hoy. Normalmente habían alrededor de 20 asientos, muy próximos entre sí, construidos para que en tan peculiar momento las personas pudieran entablar una agradable conversación. Definitivamente eran muy populares. De no ser así no habrían existido en Roma 144 letrinas públicas en el siglo IV dC, con 4000 plazas disponibles.

Y la verdad es que contaban con una tecnología realmente avanzada para la época. Todas disponían de una corriente de agua permanente que arrastraba la materia fecal. El único problema era que, como aún no se contaba con el papel higiénico, en dichas instalaciones todos disponían de un palo que llevaba en la punta una esponja (llamado spongia) y que teóricamente el usuario tenía que lavar al terminar de usarlo. Hoy nos puede sonar asqueroso, pero definitivamente era lo más avanzado que existía en esa época para grandes ciudades.

Acostumbraban a lavarse los dientes con pasta de vinagre y miel, además de la recomendada costumbre de enjuagarse con orina reposada, la cual “garantizaba” la blancura de los dientes. También se acicalaban con ungüentos y perfumes. A pesar de esa fama que históricamente han tenido los romanos por su devoción al baño, gracias a muchos autores, como Séneca, sabemos hoy que la mayoría de ellos se lavaban diariamente solo la cara, brazos y piernas, y que el baño completo era solamente una vez a la semana[3]. Un poco difícil de imaginar hoy, ¿verdad?

En cuanto al jabón, existen varias leyendas que establecen su origen en la Galia (actual Francia) o por los celtas. También hay otras versiones que cuentan que fueron los propios romanos. Lo que sí es cierto es que estos últimos fueron los que la industrializaron, primero para usarla en el lavado de ropa, tinte de pelo y luego para el aseo personal. Los restos de Pompeya demostraron que el jabón era toda una industria en el siglo I dC.

Edad Media en adelante

Al principio, la costumbre del aseo regular fue heredada de los romanos. En las ciudades europeas medievales, la mayoría de las casas tenían un espacio para el baño, aún fuera en una esquina o en el patio. Incluso, existían baños públicos. Sin embargo, el oscurantismo que supuso la creciente influencia de la iglesia llegó a desincentivar y hasta prohibir los baños públicos, por vincularlos al hedonismo y la práctica de la prostitución. Incluso, muchos “santos” llegaron a abstenerse de bañarse para no permitir que entrara en sus cuerpos el “pecado”.

Baños públicos en la Edad Media


El hecho es que, a pesar de que la mayoría de los médicos medievales consideraban el baño como algo saludable y prevenía enfermedades, los eclesiásticos se oponían. Por eso llegó a decirse en esa época que los musulmanes eran más “limpios” que los cristianos, porque tanto la cultura como la medicina islámica promovían el aseo diario.

Había que tener cuidado al andar las calles en el Medioevo


Como no existían los drenajes para aguas residuales, se mantenía la práctica de lanzarla por la ventana hacia la calle. En España se puso de moda el gritar “¡Aguas!” antes de lanzar los desechos, para alertar a los transeúntes.

La realidad es que el mal olor de las calles, sumado al que emanaba de los cuerpos de las personas, hicieron proliferar los abanicos en las damas, que más que un adorno para refrescar, les servía para disipar el fuerte olor circundante.

La poca costumbre de aseo fue tan extendida, que es en el Medioevo que se pusieron de moda las bodas en mayo y junio, para hacerlas coincidir con el “primer baño” del año. De hecho, la costumbre de que la novia desfile con un ramo de flores era para disimular el olor.

Los pisos de las casas eran de tierra cubierta con cañas, por lo que restos de comida, excrementos, orina y cerveza yacían allí por años sin limpiar. Era un nido perfecto para insectos y roedores. Es en este contexto que llega la Peste Negra y lamentablemente la conclusión médica que imperó era que los baños “abrían” los poros por los que podía entrar más fácilmente la enfermedad y que el sucio serviría de “protección”. Es así que los baños públicos y balnearios fueron definitivamente prohibidos, contribuyendo sin saberlo a una mayor expansión de la pandemia. Más de un tercio de la población europea murió por peste.

La costumbre de no bañarse con frecuencia se mantuvo hasta bien entrada la Edad Moderna, más específicamente a partir del siglo XVII. De esa época era el dicho inglés “Lávate las manos con frecuencia, los pies de vez en cuando y jamás la cabeza” que reflejaba cuan insalubre era todavía la práctica. También empezó a hacerse popular el “lavado en seco”, que consistía en cepillarse la piel con un paño de lino[4].

Es gracias a la Ilustración que el convencimiento sobre la conveniencia del baño frecuente empezó recobrar fuerza. Hubo que esperar al 1801 para que en la Casa Blanca se inauguraran los primeros inodoros con cisterna de agua del mundo, lo que definitivamente fue un acontecimiento trascendental en la historia humana.

De la total desinhibición de la Antigüedad, llegando a considerar el baño y hasta la evacuación como un evento social, hasta la Era Medieval que llegó a asociar el cristianismo con suciedad, definitivamente tenemos que concluir que nuestro olfato ha evolucionado en la medida en que lo ha hecho nuestro concepto de “higiene”.

No hemos caído en cuenta que nuestro olfato nos recuerda constantemente que hoy somos millonarios en confort, salubridad e higiene, pero simplemente no nos damos cuenta de ello.

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[1] Vázquez Hoys, A. (2006): “La importancia del agua en las civilizaciones antiguas: Grecia”. Revista Tecnología del Agua, No. 276. Madrid: Reed Business Information. Consultada en https://www2.uned.es/geo-1-historia-antigua-universal/PDF/09_GRECIA_AGUA%20Y%20CULTURA.pdf

[2] Martín-Bueno, M. (2006): “Baños y Letrinas en el Mundo Romano: El Caso del Balneum de la Domus 1 del Barrio de las Termas de Bilbilis”.

[3] Johnston, H. (2010): La vida en la antigua Roma. Madrid: Alianza Editorial

[4] Bryson, B. (2015): En casa, una breve historia de la vida privada. Barcelona: RBA Libros, S.A.


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