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jueves, 20 de abril de 2023

China y el liderazgo de Xi Xinping: ¿El nuevo Oráculo de Delfos?



El Oráculo de Delfos fue un famoso santuario en la Antigua Grecia dedicado al dios Apolo, situado en la ciudad de Delfos, en la región de Fócida. En la Antigüedad era ampliamente conocido por sus profecías y consultas a través de la pitonisa, una sacerdotisa que se creía que estaba poseída por el dios Apolo.

Grabado que ilustra una consulta a la pitonisa del Oráculo de Delfos

Era un importante centro de peregrinación al que las personas de la época acudían en busca de respuestas y orientación para tomar decisiones importantes. La pitonisa emitía sus profecías en forma de enigmáticas respuestas a las preguntas que se le planteaban, y era el papel de los intérpretes traducir estas respuestas en algo comprensible para el consultante.

Aunque indudablemente en la última década la influencia global de la República Popular China ha ido incrementando de forma sostenida, en los últimos meses hemos sido testigos de cómo han ido desfilando por Pekín las autoridades de las naciones más importantes e influyentes, lo cual ha encendido todas las alarmas de Washington.

Y es que, además de la frecuencia, que es cada vez mayor, con la que líderes globales se sientan con Xi Xinping a realizar acuerdos o buscar intermediación, en las últimas semanas han sido evidentes las victorias que va recopilando la diplomacia china a pesar de las presiones que en sentido contrario realiza Estados Unidos y sus países incondicionalmente aliados.

China, ¿el enemigo público #1 de Estados Unidos?

Mientras fue una nación, aunque grande, muy pobre y subdesarrollada, China nunca preocupó mucho a las naciones occidentales. Ni siquiera por su viraje al comunismo en el año 1949. Su aislamiento también contribuyó a que no fuera vista como un rival a temer, ya que Mao Zedong decidió recorrer su propio camino hacia el socialismo distanciándose de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Más bien Occidente vio en China una buena oportunidad para hacer negocios. Con la Diplomacia del Ping Pong, Nixon y Mao reaperturaron las relaciones diplomáticas y comerciales entre sus países, que incluyó el intercambio de visitas de ambos líderes. Los estadounidenses encontraron una cantera inagotable de mano de obra barata para mejorar la competitividad de su propia industria, mientras que los chinos sigilosamente diseñaron e implementaron un plan para, aprovechando el capital extranjero, convertirse, paulatinamente y de forma sostenida (y gracias a las reformas impulsadas por Deng Xiaoping durante los 80s) en una potencia económica.

Ejemplo del rápido crecimiento de China: Shenzen (1982 y hoy)


Y lo lograron. En apenas 40 años, China pasó a convertirse en la 2da economía mas grande (si calculamos el PIB nominal, porque en el PIB PPA ya superaron a los Estados Unidos); es la principal potencia exportadora; la que mayor cantidad de reservas internacionales tiene y la que más recibe inversión extranjera directa; la que mayor cantidad de energía produce; y un largo etcétera en innumerables rubros económicos[1].

Pero también, está a la vanguardia en innovación tecnológica, desarrollo de tecnologías emergentes, en producción e investigación científica, en exploración espacial (único país con estación espacial propia) y muchos renglones más.

China es el único país del mundo con estación espacial propia


Con tales logros, no fueran ninguna preocupación para Estados Unidos si fuera una nación “alineada”. Si los números anteriores fuesen exhibidos por naciones “aliadas” como Francia, Reino Unido o Alemania, pues eso no fuera ningún problema.

Pero la realidad es otra. Estamos hablando de un país que propugna la multipolaridad, la autodeterminación de los pueblos y el desarrollo económico y social basado en la cooperación y no la confrontación internacional. Obviamente eso es un problema para algunos.

Y mas peligroso aún si, con todo ese poder económico, se dedica a expandir su poderío y presencia militar en todo el globo terráqueo, ya que esa prerrogativa se la habían abrogado unos pocos. Y precisamente eso es lo que ha estado sucediendo a pesar de la resistencia de los Estados Unidos, quienes no se cruzaron de brazos e iniciaron desde 2018 una serie de acciones para minar el desarrollo económico chino, entre los que hay que mencionar la Guerra Comercial iniciada en 2018, el ataque al gigante chino Huawei en 2019, entre otros hechos aún pendientes de esclarecer.

Al final todas esas “contra medidas”, tanto las explícitas como las implícitas, terminaron siendo contra producentes. Occidente perdió competitividad y perdió influencia, mientras que la ganaban los asiáticos, dejando de paso daños colaterales tanto humanos como económicos y sociales en el resto de los países.

Por tanto, los últimos acontecimientos no son mas que un reflejo de la enorme influencia que ha venido ganando China en el terreno geopolítico, lo cual ha ido cambiando ostensiblemente las reglas del juego y que se ha manifestado claramente en distintas vertientes.

El protagonismo diplomático de China

Otra iniciativa que China implementó para catapultar su influencia internacional, ya bajo el liderazgo de Xi Xinping, fue la iniciativa Belt and Road (Nueva Ruta de Seda) que pretende invertir un trillón de dólares en obras de infraestructura antes del 2049 en 149 países del mundo que hasta la fecha han suscrito el acuerdo, incluyendo algunos países del G7 (como Italia)[2].

Nuevo puerto de Trieste, Italia con financiamiento de la iniciativa Belt and Road


Desde líneas de ferrocarriles, puertos, aeropuertos, carreteras, puentes, presas y túneles, hasta rascacielos y plantas de energía han sido construidos en países de medianos y bajos ingresos como Nigeria, Bangladesh, Pakistán, Indonesia, Egipto, Malasia, entre muchos otros.

Y ni hablar de que China, a pesar de ser la zona cero donde inició la propagación del Covid-19, en pocos meses pudo desarrollar una vacuna (y una industria capaz de producirla en astronómicas cantidades), supliendo a tiempo y a costo razonable una creciente demanda del mundo en desarrollo, ante el colapso de las cadenas de distribución de las farmacéuticas occidentales Pfizer, Moderna y AstraZeneca, que con frecuencia parecían priorizar la demanda de los países industrializados y a un costo exorbitantemente mayor. Para muchos de nuestros países, China fue clave para enfrentar y superar a la pandemia.

Muchos empezaron a hablar de entonces sobre la “diplomacia de las vacunas”, expresión que no era precisamente del agrado de China, pero que, para fines prácticos, el acceso a tan preciadas dosis les abrió los ojos a muchos países sobre la importancia de echar a un lado los sesgos geopolíticos y pensar mas en los beneficios de un mundo multipolar donde impere la autodeterminación de los pueblos y las relaciones de cooperación basadas en el beneficio y respeto mutuo.

Es así como sobreviene la Guerra en Ucrania, que, aunque oficialmente se identifica su inicio con la invasión rusa a partir de febrero de 2022, realmente era un conflicto que venía in crescendo desde el año 2014.

Lo que debió ser un enfrentamiento bélico entre particulares que no tuviera mayores consecuencias más allá de su región (como el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán;  entre Yemen y Arabia Saudita; o entre facciones rebeldes y el gobierno de Siria; por poner algunos ejemplos de contiendas de larga data que poco les importan a Occidente); se ha convertido en la aparente antesala de una Guerra Mundial por el afán de prolongarla de algunos actores en vez de buscar una solución negociada.

Es así como China emerge como un ente mediador, que, utilizando un lenguaje conciliador aporta propuestas concretas para encontrar una solución que ponga fin al conflicto y no lo contrario, lo cual ha sido bien visto por la comunidad internacional que se está cansando de pagar los platos rotos de este conflicto. De hecho, hasta la fecha es la única gran potencia que ha ofrecido un plan sensato y viable para producir la desescalada.

El mundo ha sido testigo cómo en los últimos meses diversos hechos han puesto de manifiesto afinidades y desafectos que hasta hace poco eran inconcebibles y que han tenido como común denominador a China jugando un papel estelar. Aquí algunos ejemplos:

  • En menos de un mes han visitado a Xi Xinping diferentes jefes de Estado y de gobierno, como Pedro Sánchez (España), Lee Hsien Loong (Singapur), Anwar Ibrahim (Malasia), Emmanuel Macron (Francia), Ursula von de Leyen (Unión Europea) y Lula da Silva (Brasil), todos para impulsar proyectos conjuntos de cooperación o buscando intermediación de algún tipo.
    Macron y Xi Xinping en abril 2023

  • Cumbre de los ministros de relaciones exteriores de Irán y Arabia Saudita donde firmaron en Pekín el restablecimiento de las relaciones diplomáticas de ambos países. Tras la firma de este acuerdo entre los archienemigos del mundo musulmán, el panorama de Oriente Medio ha empezado a cambiar por completo: a) Irán se comprometió a suspender el envío de armas a los rebeldes hutíes de Yemen y se vislumbra el fin de la guerra civil que afecta a ese país desde hace una década; b) Reentrada de Siria a la Liga Árabe tras doce años de exclusión; c) Acercamiento entre Siria y Arabia Saudita, Líbano, Túnez y Egipto para poner fin al conflicto en suelo sirio.
    Cancilleres de Arabia Saudita, Irán y China reunidos en Beijing (marzo 2023)

  • Visita a China continental del expresidente de Taiwán, Ma Ying-jeou, siendo la primera vez que ocurre en mas de 70 años.
    Llegada de Ma Ying-jeou al aeropuerto de Shanghai (marzo 2023)

  • Establecimiento de relaciones diplomáticas entre Honduras y la República Popular China, limitando a solo 13 la cantidad de países que aún reconocen a Taiwán.

Pedro Sánchez y Xi Xinping en marzo 2023


En fin, la multipolaridad no es un pronóstico, todo luce que ya es un hecho fáctico. Y definitivamente China se eleva como una fuente de “soluciones” a la cual están acudiendo líderes de todo el mundo, cual Oráculo de Delfos, a pesar de las tensiones geopolíticas que ello genera y ante la mirada impotente de Washington que parece no tener una fórmula eficaz para revertir ese proceso.

Y quién sabe, a la larga tal vez eso no sea algo malo del todo. Quizá, al desarrollarse contrapesos geopolíticos, nuestro mundo entre en un período de paz y estabilidad que permita ganarnos varios minutos más en el Reloj del Apocalipsis o Doomsday Clock[3].

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