Aunque los cánones de higiene de
nuestros días están muy lejos de los que imperaban en otras épocas, que incluso
en la actualidad nos podrían escandalizar, sin dudas las personas durante la
Edad Antigua y Edad Media en efecto se higienizaban, aunque con técnicas y
frecuencia un poco diferentes a las de hoy. Veamos.
Griegos y Romanos
En el siglo V aC ya los griegos construían
baños e instalaciones sanitarias. También instalaban termas públicas donde los
ciudadanos contaban con agua fría y caliente. Los helenos disfrutaban del agua,
tanto para fines de higiene personal como para rituales o tratamientos
medicinales. Esa costumbre se la pasaron a los romanos. Por tanto, para los
griegos no eran extraños los retretes y hay evidencia del uso de alcantarillas
que vertían en el subsuelo. Incluso, las leyes de Solón establecían la obligatoriedad
de compartir fuentes y pozos[1].
Aunque se dice que los atletas
griegos no se bañaban porque eso los debilitaba, en términos generales la
población les encantaba el agua y desde niños sabían nadar, frecuentando mucho
los ríos y el mar para bañarse. También eran cuidadosos con la higiene
personal. Las mujeres acostumbraban a utilizar aceites para embadurnarse y
frotarse con una piedra pómez para limpiar y suavizar su piel.
Esta práctica fue heredada por
los romanos, quienes ya en sus domus
aparecían instalaciones de bañera y letrina. En las casas de los más adinerados
podíamos encontrar en los baños o balneum
un sistema de calefacción para el agua, denominado hipocaustum o hipocausto, el mismo que se utilizaba en las termas
públicas[2].
Baño público romano |
Para los romanos, los baños públicos, además
de ser importantes por la higiene personal, llegó a convertirse en un lugar para interactuar
socialmente y ponerse al día con las últimas noticias y chismes de la ciudad.
Allí asistían políticos, comerciantes y pueblo en general. Todos, sin
excepción, por una pequeña cantidad pagada al gerente del lugar, llamado “balneator”, podían acceder a las
instalaciones, en otros casos el acceso se ofrecía gratuito a los más humildes.
Los baños públicos podían llegar a ser obras de gran envergadura, como los de
Caracalla, con capacidad para 1600 personas, o los de Diocleciano, con
capacidad para 3000.
En las casas multifamiliares,
había una tinaja común o fosa debajo de las escaleras donde todos los
habitantes vertían el contenido de sus bacinillas. Eso sí, aquellos que no eran
lo suficientemente afortunados como para tener su propio drenaje sanitario,
aprovechaban la noche para vaciar sus tinajas sépticas en la calzada. No hay
que hacer mucho esfuerzo para imaginarse el mal olor de las calles.
Letrina pública romana |
Gracias a sus letrinas públicas
podemos entender hoy cuán aficionados eran los romanos en combinar la
evacuación con la conversación, algo que parecería inverosímil hoy. Normalmente
habían alrededor de 20 asientos, muy próximos entre sí, construidos para que en
tan peculiar momento las personas pudieran entablar una agradable conversación.
Definitivamente eran muy populares. De no ser así no habrían existido en Roma
144 letrinas públicas en el siglo IV dC, con 4000 plazas disponibles.
Y la verdad es que contaban con
una tecnología realmente avanzada para la época. Todas disponían de una
corriente de agua permanente que arrastraba la materia fecal. El único problema
era que, como aún no se contaba con el papel higiénico, en dichas instalaciones
todos disponían de un palo que llevaba en la punta una esponja (llamado spongia) y que teóricamente el usuario
tenía que lavar al terminar de usarlo. Hoy nos puede sonar asqueroso, pero
definitivamente era lo más avanzado que existía en esa época para grandes
ciudades.
Acostumbraban a lavarse los
dientes con pasta de vinagre y miel, además de la recomendada costumbre de
enjuagarse con orina reposada, la cual “garantizaba” la blancura de los dientes.
También se acicalaban con ungüentos y perfumes. A pesar de esa fama que
históricamente han tenido los romanos por su devoción al baño, gracias a muchos
autores, como Séneca, sabemos hoy que la mayoría de ellos se lavaban
diariamente solo la cara, brazos y piernas, y que el baño completo era
solamente una vez a la semana[3].
Un poco difícil de imaginar hoy, ¿verdad?
En cuanto al jabón, existen
varias leyendas que establecen su origen en la Galia (actual Francia) o por los
celtas. También hay otras versiones que cuentan que fueron los propios romanos.
Lo que sí es cierto es que estos últimos fueron los que la industrializaron,
primero para usarla en el lavado de ropa, tinte de pelo y luego para el aseo
personal. Los restos de Pompeya demostraron que el jabón era toda una industria
en el siglo I dC.
Edad Media en adelante
Al principio, la costumbre del
aseo regular fue heredada de los romanos. En las ciudades europeas medievales,
la mayoría de las casas tenían un espacio para el baño, aún fuera en una
esquina o en el patio. Incluso, existían baños públicos. Sin embargo, el
oscurantismo que supuso la creciente influencia de la iglesia llegó a desincentivar
y hasta prohibir los baños públicos, por vincularlos al hedonismo y la práctica
de la prostitución. Incluso, muchos “santos” llegaron a abstenerse de bañarse
para no permitir que entrara en sus cuerpos el “pecado”.
Baños públicos en la Edad Media |
El hecho es que, a pesar de que la
mayoría de los médicos medievales consideraban el baño como algo saludable y
prevenía enfermedades, los eclesiásticos se oponían. Por eso llegó a decirse en
esa época que los musulmanes eran más “limpios” que los cristianos, porque
tanto la cultura como la medicina islámica promovían el aseo diario.
Había que tener cuidado al andar las calles en el Medioevo |
Como no existían los drenajes
para aguas residuales, se mantenía la práctica de lanzarla por la ventana hacia
la calle. En España se puso de moda el gritar “¡Aguas!” antes de lanzar los
desechos, para alertar a los transeúntes.
La realidad es que el mal olor de
las calles, sumado al que emanaba de los cuerpos de las personas, hicieron
proliferar los abanicos en las damas, que más que un adorno para refrescar, les
servía para disipar el fuerte olor circundante.
La poca costumbre de aseo fue tan
extendida, que es en el Medioevo que se pusieron de moda las bodas en mayo y
junio, para hacerlas coincidir con el “primer baño” del año. De hecho, la
costumbre de que la novia desfile con un ramo de flores era para disimular el
olor.
Los pisos de las casas eran de
tierra cubierta con cañas, por lo que restos de comida, excrementos, orina y
cerveza yacían allí por años sin limpiar. Era un nido perfecto para insectos y
roedores. Es en este contexto que llega la Peste Negra y lamentablemente la
conclusión médica que imperó era que los baños “abrían” los poros por los que
podía entrar más fácilmente la enfermedad y que el sucio serviría de “protección”.
Es así que los baños públicos y balnearios fueron definitivamente prohibidos,
contribuyendo sin saberlo a una mayor expansión de la pandemia. Más de un
tercio de la población europea murió por peste.
La costumbre de no bañarse con
frecuencia se mantuvo hasta bien entrada la Edad Moderna, más específicamente a
partir del siglo XVII. De esa época era el dicho inglés “Lávate las manos con frecuencia, los pies de vez en cuando y jamás la
cabeza” que reflejaba cuan insalubre era todavía la práctica. También
empezó a hacerse popular el “lavado en seco”, que consistía en cepillarse la
piel con un paño de lino[4].
Es gracias a la Ilustración que el convencimiento sobre la conveniencia del baño frecuente empezó recobrar fuerza. Hubo que esperar al 1801 para que en la Casa Blanca se inauguraran los primeros inodoros con cisterna de agua del mundo, lo que definitivamente fue un acontecimiento trascendental en la historia humana.
De la total desinhibición de la Antigüedad,
llegando a considerar el baño y hasta la evacuación como un evento social,
hasta la Era Medieval que llegó a asociar el cristianismo con suciedad,
definitivamente tenemos que concluir que nuestro olfato ha evolucionado en la
medida en que lo ha hecho nuestro concepto de “higiene”.
No hemos caído en cuenta que
nuestro olfato nos recuerda constantemente que hoy somos millonarios en confort,
salubridad e higiene, pero simplemente no nos damos cuenta de ello.
[1] Vázquez
Hoys, A. (2006): “La importancia del agua en las civilizaciones antiguas:
Grecia”. Revista Tecnología del Agua, No. 276. Madrid: Reed Business Information. Consultada
en https://www2.uned.es/geo-1-historia-antigua-universal/PDF/09_GRECIA_AGUA%20Y%20CULTURA.pdf
[2]
Martín-Bueno, M. (2006): “Baños y Letrinas en el Mundo Romano: El Caso del
Balneum de la Domus 1 del Barrio de las Termas de Bilbilis”.
[3] Johnston,
H. (2010): La vida en la antigua Roma. Madrid: Alianza Editorial
[4]
Bryson, B. (2015): En casa, una breve historia de la vida privada. Barcelona:
RBA Libros, S.A.
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