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domingo, 19 de julio de 2020

¿Por qué cayó el Imperio Romano? Una lección histórica


La historia es una fuente permanente de lecciones, no siempre aprendidas, que con frecuencia nos permiten determinar causas y consecuencias de acontecimientos que ocurren en la posteridad. Porque la historia, igual que la propia vida, es un ciclo que constantemente se repite.

Hoy analizaremos porqué en 476 dC desapareció para siempre el Imperio Romano, el más grande, influyente y organizado de la Antigüedad y de toda la historia de la humanidad. Podemos decir que gracias a su influencia se conformó lo que hoy conocemos como el Mundo Occidental. Tuvo una duración de alrededor de 500 años, que si sumamos los años adicionales que sobrevivió la parte oriental del imperio (al dividirse en el 395 dC, se creó el Imperio Romano de Oriente, el cual perduró hasta 1453), llegaron a ser casi 1500 años de vigencia.

Fundación del imperio y sus características

El Imperio Romano fue fundado en el año 27 aC con la proclamación de César Augusto como emperador, después de 17 años de guerra civil e inestabilidad política generadas por el asesinato de Julio César en 44 aC (que conllevó al fin de la etapa republicana).

Imperio Romano en su máxima expansión en el 117 dC


A partir de entonces, el imperio no hizo otra cosa más que expandirse sobre la base de una sociedad y economía altamente organizadas. En su momento de máximo esplendor, por el año 117 dC, sus confines llegaban al océano Atlántico por el oeste; golfo Pérsico, mar Rojo y mar Caspio por el este; desierto del Sahara en el Sur y los ríos Rin y Danubio al norte. Eran más de 6.5 millones de kilómetros cuadrados[1].

Bajo el Imperio Romano se fundaron diversas ciudades que todavía existen y que con los siglos consiguieron tener gran importancia: París, Estambul, Viena, Barcelona, Zaragoza, Mérida, Milán, Londres, Lyon, entre otras. Una de las claves de su influencia a través de los tiempos, se debió a que la “romanización” de los territorios conquistados fue una estrategia de Estado para lograr “civilizarlas” y así exportar la cultura romana, al tiempo que elevaba lo más posible el nivel de vida de las provincias con obras clave como redes de caminos y carreteras, acueductos, templos, termas y basílicas[2].

Otro factor de influencia fue la sustitución lingüística que se impulsó desde Roma sobre los territorios conquistados. Fueron más de 60 lenguas diferentes que se registraron en sus territorios, muchas de las cuales desaparecieron para dar paso al latín[3].

Era una sociedad de clases dividida básicamente entre patricios y plebeyos, donde los primeros eran la clase dominante que gozaba de todos los privilegios. Los segundos eran la mayoría y, aunque eran ciudadanos, constantemente luchaban por mayores conquistas. También existían los esclavos, de hecho, era una economía de producción esclavista, pero éstos no eran considerados personas con derechos sino más bien una propiedad. También existía la práctica de otorgar la libertad a esclavos cuyos amos premiaban su lealtad o méritos, llamados “libertos”, pero no eran considerados ciudadanos romanos.

Toda ciudad romana tenía sus coliseos y anfiteatros para entretener al pueblo


Como los plebeyos era la clase que sufría los embates de la desigualdad social y, al mismo tiempo, eran la mayoría, con mucha frecuencia recibían de las autoridades Panem et circenses (pan y circo) para tranquilizar a la población u para ocultar hechos controversiales. Una práctica romana que todavía es muy socorrida en nuestros tiempos.

Ejército romano

Es innegable que el principal factor de éxito del Imperio Romano fue su ejército, responsable de mantener la integridad de su territorio. En la medida que el imperio se extendía, mayor importancia cobraba el contar con unas fuerzas armadas capaces de mantener el control de los extensos dominios, muchas veces habitados por aguerridas poblaciones que permanentemente asediaban y atacaban las posiciones romanas. Legendarias son las incursiones de las tribus britanas, galas y germanas.

Recreación de un desfile militar romano


Es por esa razón que el liderazgo militar cada vez cobró mayor importancia en la vida romana, ya que el éxito en el campo de batalla otorgaba prestigio, poder y dinero. Recordemos que personajes como Julio César surgieron justamente del campo militar.

El ejército romano es considerado el más poderoso de la Antigüedad, por su tenacidad, organización, disciplina, resistencia y dominio en el campo de batalla. Los soldados luchaban con determinación porque, como la mayoría provenían de estratos muy humildes, una victoria en batalla se traducía en concesiones de tierras y reparto del botín. Para los patricios, que tradicionalmente ostentaban los altos rangos, la expansión territorial se traducía también en un incremento de su fortuna y poder. Y para el Estado el incremento del territorio significaba mayor seguridad y recaudación fiscal para el Imperio, al tiempo que era una vía permanente de suministro de nuevos esclavos para aumentar la producción[4]. Era un círculo virtuoso que alentaba el servicio militar y consolidaba el prestigio de los cuerpos castrenses.

El mando supremo del ejército estaba a cargo del Emperador, pero en las provincias los gobernadores provinciales eran los responsables. Según el historiador Polibio, estaba subdividido en 30 legiones de 5,300 a 6,000 hombres cada una. Cada legión era como una institución, permanente, que podía variar en tamaño, pero siempre ostentando sus propios símbolos, historia y honores particulares.

Cada legión estaba al mando de un legatus y constaba de infantería y caballería. Contaba con 10 cohortes de 6 centurias cada una. Las cohortes eran especializadas, de forma que existían de infantería (peditata), caballería (equitativa), policial (togata), vigilancia (excubitoria), guarnición de ciudades (urbana), apagado de incendios (vigilio) y guardia imperial (pretoriana).

Cada centuria estaba comandada por un centurión y a su vez se dividían en contubernios, que eran grupos de 8 hombres que compartían tienda para dormir. Las centurias luchaban, marchaban y acampaban como una sola unidad, y acarreaban por si mismos sus armas y provisiones, dotando de esa forma al ejército de unidades que contaban con autonomía y rapidez para sus desplazamientos. El centurión de mayor experiencia en la legión era llamado primus pilus y fungía como asesor del legatus.

Todas las legiones contaban con sus propios arsenales, fábricas y talleres de reparación. Sus campamentos terminaron convirtiéndose en plazas fuertes, que disponían de murallas y torreones. En el interior de los campamentos había baños públicos, hospitales, capillas, almacenes y cárceles. Alrededor se instalaban mercaderes, artistas y prostitutas, convirtiéndose eventualmente los lugares en verdaderas ciudades.

El ejército romano también contaba con una armada, la cual nunca alcanzó el prestigio de las legiones, ya que la cultura romana era esencialmente terrestre. La construcción y comando de barcos normalmente la dejaban a manos de los griegos y egipcios, pueblos más familiarizados con las artes náuticas.

¿Ante tanto poderío y organización, por qué cayó el Imperio Romano?

Aunque la caída del imperio se concretizó con la deposición del emperador Rómulo Augusto en 476 dC por el rey bárbaro Odoacro, la realidad es que ese fue el punto final de un proceso de declive que tomó varios siglos.

Lienzo que recoge la vez en que Heliogábalo asfixió a sus invitados con pétalos de rosas


La mayoría de los autores coinciden que la decadencia del imperio inició en el siglo III cuando Roma empezó a perder peso como centro imperial y las provincias tenían cada vez mayor autonomía. La propia figura del emperador como institución se encontraba gravemente lacerada, especialmente durante la Dinastía de los Severos, casa imperial que reinó por 42 años, durante los cuales tuvo 6 emperadores, siendo uno de ellos Heliogábalo, quien fruto de sus depravaciones sexuales (se le acusaba de transexual y hasta intentó castrarse a sí mismo) se ganó el desprecio de su propia guardia pretoriana.

La caótica gestión de los Severos fue la antesala de la Crisis del Siglo III, período que fue marcado por la creciente ingobernabilidad del imperio. Solo entre el año 238 y 285 hubo 19 emperadores, todos asesinados. Esa crisis política degeneró en crisis económica, que afectó seriamente la producción y el sistema esclavista. Hacía más de 100 años que no se conquistaban más territorios por lo que disminuyó considerablemente la generación de riqueza para el imperio, incluyendo la captura de nuevos esclavos.

División del territorio por Diocleciano y su "Tetrarquía"


Simultáneamente a estos eventos, desde Medio Oriente emergía el Imperio Sasánida que presionaba las fronteras orientales y las tribus bárbaras hacían lo propio en Hispania, Galia y Germania. No es hasta la llegada de Aureliano en 274 que se logra unificar nuevamente el Imperio Romano, recuperando su economía, y es con Diocleciano en 284 que se implementa la “tetrarquía”, donde el poder se repartía entre el emperador, un co-emperador y dos “césares” (especies de príncipes herederos). Aunque este mecanismo sirvió para fortalecer brevemente a Roma frente a sus enemigos externos, con el tiempo terminó por degenerar y contribuir a su disolución.

Mientras tanto, se incrementó la práctica de admitir en los territorios romanos a poblaciones bárbaras potencialmente enemigas, a cambio de labrar la tierra en calidad de “colonos” o reclutarlos en el ejército. Al principio esa medida permitió recuperar la economía y fortalecer al ejército, pero a la larga contribuyó a su autodestrucción, porque en pocos años llegaron ambos estar en manos de los bárbaros, quienes ya eran mayoría a principios del siglo IV tanto en la producción en el campo como en las filas militares.

Otro factor importante en ese siglo que aceleró la caída del imperio, fue la Peste de Cipriano (entre 249 y 269), que en su punto más álgido llegó a causar hasta 5,000 muertes diarias en Roma[5].

Constantino I


Aunque Constantino I vuelve a unificar el imperio a partir del 306, la necesidad de dividirlo siempre se mantuvo latente. Justamente es él quien proclama en 313 tolerancia oficial al cristianismo (religión mayoritaria entre los esclavos), deteniendo su persecución e incluso convirtiéndose él mismo a esa fe. Muchos vieron la medida como una estrategia para ganarse el apoyo de los esclavos, que demográficamente eran la mayoría de la población, y, por tanto, eran imprescindibles para enfrentar a las invasiones bárbaras.

Los subsiguientes años se caracterizaron por el surgimiento del cristianismo como un poder fáctico (encarnado por la Iglesia Católica recién instituida), por las guerras fronterizas y por la corrupción rampante (la cual había penetrado incluso al ejército). De hecho, hubo un emperador, Juliano “el Apóstata”, quien entre 360-363 puso en marcha una campaña contra la corrupción oficial para reducir los gastos del presupuesto[6].

División el Imperio Romano en Oriente y Occidente


A este escenario se sumaron guerras civiles e impetuosas invasiones bárbaras que lograron exitosamente penetrar en el territorio, como fue el caso de los godos, quienes vencieron en la importante batalla de Adrianópolis en 376. Es en este contexto que asume el trono Teodosio en 379, quien llegó a ser el último emperador en gobernar todo el mundo romano (hasta 395). Al morir, el imperio quedó dividido entre sus dos hijos: Arcadio y Honorio, emperadores de Oriente y Occidente, respectivamente.

Ambos herederos resultaron pusilánimes e incapaces de gobernar sus respectivos territorios. Un factor importante a destacar fue que, mientras Arcadio inicio su reinado en Oriente con 17 años de edad al morir su padre, Honorio apenas contaba con 9 años cuando asumió el trono de Occidente, por lo que estuvo a total merced de su regente Estilicón, de origen vándalo.

Es en este contexto que ocurre el saqueo de Roma en 410, afectada entonces por una gran hambruna, hecho que por sí mismo no tuvo gran significado militar, pero que desvistió a la ciudad de su aura de invencible y puso en evidencia al emperador Honorio por su incapacidad para protegerla[7].

A este acontecimiento le sucedieron una serie invasiones, usurpaciones y rebeliones que fueron mermando aceleradamente el control imperial de Occidente. Se perdió Britania y parte de Hispania, Galia y África, al tiempo que aumentaban sin control los asentamientos bárbaros. Es en ese momento que surge Flavio Aecio, conocido como “el último romano”, quien se destacó como el último gran líder militar romano de Occidente, quien fue capaz de devolver cierto orden en medio del caos y de vencer a los hunos en el 451 en la Batalla de los Campos Cataláunicos. Poco después Aecio fue asesinado por el propio emperador Valentiniano producto de los celos que ocasionaba su creciente influencia. Es en esas circunstancias que los asesores imperiales le dijo “No sé si has hecho bien o mal, pero sí sé que has cortado la mano derecha con la izquierda”[8].

En los últimos años del Imperio de Occidente, se sucedieron un sinnúmero de emperadores con escaso poder, la mayoría bajo el designio de los líderes militares. El último de ellos, Rómulo Augústulo, proclamado fruto de un acto de usurpación ejecutado por su padre, con apenas 15 años de edad y detentando muy poco poder, fue depuesto en 476 por Odoacro, rey de los hérulos (un pueblo de origen germánico) que había invadido Italia en reclamo de tierras.

Europa después de la desaparición del Imperio Romano de Occidente


El lado oriental sobrevivió casi mil años más, pero igual su proceso de decadencia ya estaba también en marcha, aunque más lentamente. Terminó derrumbándose ante el empuje del naciente Imperio Otomano en 1453.

En resumen, podemos decir que la caída del Imperio Romano se debió, principalmente, a los siguientes factores:

  • Deterioro de la figura del emperador
  • Pérdida del control de los extensos territorios y concesión de excesiva autonomía a los mismos
  • Pérdida de vigencia del modelo esclavista
  • Aumento de la presión de las tribus bárbaras demandando reivindicaciones y tierras
  • Plagas y severa crisis económica
  • Corrupción extendida
  • Pérdida de cohesión en el ejército
  • División política del imperio
  • Aumento del poder de la Iglesia Cristiana, que llegó a actuar en función de sus propios intereses y no los imperiales
  • Usurpaciones, rebeliones y guerras civiles


Legado romano

La influencia romana perduró mucho más allá de la propia existencia de su imperio. De hecho, Teodorico el Grande, el rey ostrogodo que destronó a Odoacro en 493 y reinó por 33 años a Italia, la Península Ibérica, parte de la Galia y varias provincias bañadas por el Danubio, fue un digno heredero de los emperadores romanos, ya que fue un celoso guardián de la civilización romana y sus instituciones. Al final, los reyes bárbaros hicieron más por Roma que la mayoría de los emperadores romanos de los dos últimos siglos.

Dentro del extenso legado que dejó el Imperio Romano, podemos destacar los siguientes elementos:

  • Derecho romano: Que ha mantenido vigencia a través de las legislaciones de todas las naciones civilizadas.
  • Latín: Aunque actualmente es una lengua muerta (solo hablada por los sacerdotes católicos en actividades litúrgicas), dio origen a importantes lenguas habladas hoy día, como es el caso del español, francés, italiano, portugués, rumano, etc. Además, es la lengua oficial para la nomenclatura científica.
  • Alfabeto: Su alfabeto es la base de la mayoría de las lenguas occidentales.
  • Ingeniería: Las construcciones y diseños romanos siguen presentes en carreteras, catedrales, acueductos, puentes, fortalezas, anfiteatros, etc.
  • Centro del cristianismo católico: Todavía hoy la Ciudad del Vaticano, en el centro de Roma, es la sede central de la más importante y extendida iglesia cristiana del mundo.

Basílica de San Pedro, símbolo del poder que conserva aún la ciudad de Roma

Lecciones aprendidas

Como todo en la historia, lo acontecido con el Imperio Romano se constituye en una fuente de lecciones a ser aprendidas por todas las generaciones posteriores, ya que son extrapolables a épocas posteriores, incluyendo la contemporánea. Aquí algunas que podemos resaltar:

  • Ningún poder es para siempre. Por tanto, siempre será importante gobernar como si la actual fuera la última oportunidad y siempre visualizar en nuestras acciones cómo nos verán las generaciones posteriores.
  • Es tan importante la labor de gobernar como la de escoger quién habrá de continuar la obra de gobierno, porque para lograr una dinastía no es suficiente contar con solo uno o dos reyes.
  • Para un régimen, la división interna, la corrupción y la decadencia moral pueden ser enemigos más poderosos que cualquier ejército contrario.
  • Los bárbaros pueden ser llegar a ser más civilizados que los que dicen serlo.

Porque los imperios caen, pero la historia nunca, y de forma inexorable continúa...

www.reysonl.blogspot.com


[1] Steele, Christy (2001): "Rome". Raintree Steck-Vaughn

[2] Bury, John Bagnell (1913). A History of the Roman Empire from its Foundation to the death of Marcus Aurelius

[3] Beloch, Karl Julius (1886). Die Bevölkerung der griechisch-römischen Welt. Leipzig: Duncker & Humblot

[5] Poncio de Cártago (siglo III): “Vida de Cipriano”.

[6] Bidez, J. (2018): La vida del emperador Juliano. Madrid: Sindéresis

[7] Reynolds, J. (2011). Defending Rome: The Masters of the Soldiers

[8] Relatado por Prisco de Panio en el siglo V