Le llamamos ciencia al “conjunto
de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento,
sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes
generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente”[1].
A través del método científico, un
investigador construye entonces nuevos conocimientos que pueden y deben ser
comprobados por otros científicos.
A pesar de ello, la historia
recoge varios casos de “científicos” que han tratado de saltarse este protocolo
para validar de forma fraudulenta sus teorías o experimentos. Sin embargo,
justamente la comunidad científica se ha encargado de desenmascararlos y poner
en evidencia sus fiascos.
En este artículo conoceremos los
casos más notorios, no sin antes analizar las razones por las cuales estas situaciones
se presentan.
¿Por qué algunos científicos
hacen trampas?
En el mundo de la ciencia, la
producción científica se traduce en prestigio y beneficio económico. A mayor
cantidad de publicaciones en revistas indexadas, mayor éxito se tiene y mayores
probabilidades de conseguir financiamiento para realizar proyectos de
investigación.
En ocasiones, algunos
investigadores han invertido mucho tiempo y recursos en experimentos que no
llegan a conclusiones de impacto o no validan nuevas hipótesis, por lo que se
sienten tentados a falsear los resultados para seguir obteniendo fondos o
conseguir que alguna revista especializada se interese en publicarles sus trabajos.
También sucede que algunas
revistas de rigor ético cuestionable, en el afán de publicar temas novedosos o de alto interés, no son
rigurosas en la revisión de los trabajos científicos que reciben y publican sin
cerciorarse de la seriedad de dichas investigaciones. Se ve de todo en las
viñas del Señor.
Fraudes más sonados de la
investigación científica
El más famoso de todos fue el
descubrimiento en 1912 del “Hombre de Piltdown”, presentado por Charles Dawson
y Arthur Smith Woodward como el “eslabón perdido” en el proceso evolutivo entre
los simios y los seres humanos. A pesar de las dudas que levantaron desde el
principio, no fue hasta 1953 que se descubrió que el cráneo pertenecía a un
hombre de la Edad Media, la mandíbula de un orangután y los dientes de un
chimpancé. La comunidad científica revisó con lupa otros estudios de Dawson y
Woodward, determinando que la mayoría de ellos eran fraudes también.
El Hombre de Piltdown, uno de los fraudes más famosos |
El record de fraudes científicos lo tiene Yoshitaka Fujii, un médico japonés a quien se le imputa la falsificación de los resultados de 183 estudios, realizados en el transcurso de solo 8 años. La Sociedad Japonesa de Anestesia fue quien detectó en 2012 las primeras irregularidades, que iban desde datos estadísticos falsos hasta la contabilización de pacientes inexistentes.
Yoshitaka Fujii, tiene el record de fraudes científicos |
Otro japonés vinculado a los fraudes científicos fue el osteólogo Yoshihiro Sato, quien después de publicar más de 200 trabajos de investigación, 33 de sus pruebas clínicas fueron puestas en duda por la prestigiosa revista Neurology, de los cuales 21 fueron retractadas. En 2017, un año después del escándalo, el Sr. Sato se suicidó.
También en 2010 el anestesiólogo alemán Joachim Boldt fue suspendido por falsear resultados de 90 estudios científicos. Fue despedido del hospital en que trabajaba y de la Universidad de Giessen donde impartía cátedra. Actualmente está bajo investigación criminal.
Otro fraude bastante conocido fue
la publicación en 2004 en la revista Science de los resultados obtenidos por el
surcoreano Hwang Woo-Suk quien supuestamente había logrado la clonación de un
embrión humano. Luego había publicado que había logrado exitosamente extraer células
madre de dicho embrión y alimentaba esperanzas de lograr tratamientos efectivos
contra la diabetes o el Síndrome de Parkinson. Poco tiempo después se descubrió
que todo era un fraude y fue condenado a dos años de prisión.
El proscrito doctor Andrew Wakefield, actual activista antivacunas |
Pero uno de los fraudes más costosos para la ciencia fue el cometido por Andrew Wakefield en 1998, cuando publicó en la prestigiosa revista The Lancet su descubrimiento sobre una relación entre la aplicación de la vacuna triple vírica y la aparición del autismo en los pacientes. Wakefield no solo perdió su licencia como médico al descubrirse que la investigación era fraudulenta, sino que desde entonces ha alimentado teorías conspirativas contra las vacunas, con las nefastas consecuencias que eso conlleva para la erradicación de enfermedades prevenibles con las vacunas.
Consecuencias de los fraudes
científicos
Las investigaciones científicas
fraudulentas, en especial las relacionadas con temas sanitarios, pueden tener
consecuencias catastróficas en la salud de las personas, ya que basadas en sus
conclusiones manipuladas podrían establecerse protocolos y tratamientos
sanitarios que al final afecten a los pacientes.
También, este tipo de fraudes
alimentan teorías conspirativas que, a falta de aval científico que las
respalde, muestran estos fiascos como una “prueba” de que la ciencia no es
confiable.
En su afán de conseguir
notoriedad o fondos para financiar sus investigaciones, un científico poco
ético puede hacer un enorme daño al progreso de la ciencia.
Por suerte para todos, y a
diferencia de otros sistemas de creencias no científicas, el método científico
por sí mismo implementa mecanismos que permitan establecer la realidad
verificable y contrastable.
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