En todo el globo hay naciones
grandes y pequeñas, normalmente compuestas por divisiones administrativas más
pequeñas como las provincias y los municipios. Pero hay algunos países tan
pequeños que solamente cuentan con una sola ciudad o municipio, con la
autonomía y soberanía de cualquier otra nación. Hoy hablaremos de las ciudades-estado.
El concepto no es reciente, de hecho,
se remonta a la Antigüedad, donde hubo períodos y localidades donde, incluso,
eran frecuentes y algunas llegaron a ser referente histórico.
No deben confundirse con ciudades
que cuentan con autonomía propia, incluso con su propia legislación y
autoridades ejecutivas, legislativas y judiciales, pero que forman parte de
otra nación, como es el caso de Berlín, Moscú, Ciudad de México, Basilea, Ceuta
y Melilla, Hong Kong y Macao, entre otras.
La Ciudad-Estado en la
historia
En el cuarto milenio a.C.
aparecieron las primeras ciudades-estado en Sumeria, región histórica ubicada
en la Mesopotamia. En lo que fue considerada como la primera civilización humana,
surgieron ciudades como Ur, Lagash y Uruk, donde surgieron invenciones como la
escritura y la rueda. Esas ciudades eran construidas alrededor de un templo y
contaban con autonomía, tanto política, administrativa y militar, y eran gobernadas
por un “patesi” o rey local. Con el tiempo, las ciudades sumerias fueron integradas
al Imperio acadio.
Templo sumerio (Zigurat de Ur) |
Esta modalidad de autogobierno vuelve a resurgir en la Grecia Clásica en el siglo XIV a.C., donde Atenas y Esparta llegaron a ser las ciudades-estado, llamadas también polis, que contaron con mayor desarrollo y liderazgo. Aunque contaban con su propio régimen de gobierno, desarrollaban alianzas entre ellas para fortalecer sus defensas ante incursiones invasoras. Entre ellas compartían en común la cultura, religión y lengua, pero se diferenciaban en otros órdenes. Por ejemplo, Atenas fue la cuna de la democracia y del pensamiento que modeló toda la civilización occidental a partir de entonces. En Esparta, por otro lado, se desarrolló una ciudad que se caracterizaba por un sistema social y legislación centrada en la formación y excelencia militar. A pesar de la rivalidad entre ambas, realizaban alianzas estratégicas contra enemigos comunes, como ocurrió durante las Guerras Médicas[1].
Atenas, unas de las polis griegas |
Otra civilización que impulsó la
modalidad de ciudades-estados fue la maya, durante el primer milenio a.C. Al
igual que los sumerios, las ciudades estaban edificadas alrededor de templos y
eran dirigidas por reyes que gobernaban con absoluta independencia. Entre las
ciudades mayas más influyentes estaban Calakmul, Tikal, Caracol y Mayapán. Esta
civilización se destacó en la astronomía, llegando a elaborar uno de los
calendarios astronómicos más avanzados de la Antigüedad. La mayoría de las
ciudades mayas habían sido abandonadas cuando los españoles llegaron a América
en el siglo XV d.C., debatiéndose todavía hoy las reales causas de dicha
repentina despoblación.
Templo del Gran Jaguar en Tikal |
Más adelante, en la Edad Media, surgieron nuevas ciudades-estado basadas en una burguesía floreciente que lograron establecer estados independientes que lograron prosperidad económica gracias al comercio marítimo. En Italia lograron notoriedad Venecia, Amalfi, Génova y Pisa, también llamadas “Repúblicas Marítimas”, que contaban con gobierno, moneda y ejército propios. El fenómeno fue replicado por otras ciudades italianas como Florencia y Milán. En el norte de Europa también surgió otra modalidad federada, llamada Liga Hanseática, que era formada por ciudades autónomas bañadas por el Mar Báltico y que se confederaban para proteger el libre comercio. Las más importantes ciudades hanseáticas fueron Lubeck, Rostock, Danzig, Hamburgo, Colonia, Brujas, Riga, entre otras. Con el advenimiento de la Edad Moderna y la consolidación de los estados de Europa, inició la desintegración de la Liga Hanseática.
Mapa que señala el área geográfica de la Liga Hanseática |
Las ciudades-estado de hoy
En la actualidad solamente quedan
tres naciones que, por sus características, se pueden considerar
ciudades-estado. Es decir, pequeños países que cuentan con soberanía,
constitución política y órganos ejecutivos, legislativos y judiciales propios, son
reconocidos por las Naciones Unidas, y cuentan solamente con una ciudad en su
territorio.
La impresionante ciudad-estado de Singapur |
La primera de ellas es Singapur, pequeña isla de 700 kilómetros cuadrados que está situada al sur de la península de Malasia, país del cual se independizó en 1965. Desde entonces su economía no ha hecho más que crecer, convirtiéndose a escala global en el tercer mayor centro financiero, el tercer país con mayor renta per cápita y el 2do puerto más activo, con una población de poco más de 6 millones de habitantes. Es una república parlamentaria, con un congreso unicameral, un presidente electo por voto popular como jefe de Estado y un primer ministro (jefe de gobierno) nombrado por el presidente (normalmente el líder del partido ganador de las elecciones). Desde 1965 gobierna el Partido de Acción Popular (PAP). La gestión municipal está a cargo de cinco distritos (llamados “Consejos de Desarrollo Comunitario”) con sus respectivos alcaldes.
Vista del Principado de Mónaco |
La segunda ciudad-estado es el Principado de Mónaco, una monarquía constitucional. Enclavada en la costa mediterránea francesa, Mónaco fue fundada por la Dinastía Grimaldi en el siglo XIII y desde entonces están en el trono. Con solamente 2 kilómetros cuadrados y casi 40,000 habitantes, es la segunda nación más pequeña del mundo. El poder ejecutivo es encabezado por el Ministro de Estado, quien es designado por el Príncipe. El poder legislativo recae sobre el Consejo Nacional, cuyos 24 parlamentarios son elegidos democráticamente. Cuenta con una Corte Suprema para los asuntos judiciales y los asuntos municipales son asumidos por el Concilio Comunal, el cual es encabezado por un alcalde. Mónaco vive del turismo y se considera un paraíso fiscal (no cobra impuesto sobre la renta a sus habitantes), teniendo la renta per cápita más alta del mundo.
Vista de la Plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano |
El tercer caso es Ciudad de Vaticano, enclavada en la ciudad de Roma, Italia. Con sus 0.44 kilómetros cuadrados y 700 habitantes es el país más pequeño del mundo. Es tan diminuto que solamente la Basílica y Plaza de San Pedro ocupan el 20% de su territorio. La ciudad alberga a la Santa Sede, por lo que el jefe de Estado es el papa de la Iglesia Católica, quien también ostenta los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, por lo que es una teocracia. Existe una Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano, en cuyo presidente es delegada la función ejecutiva y también la de gobernación de la ciudad. Desde el siglo XVI la seguridad de la Santa Sede es ofrecida por la Guardia Suiza, con alrededor de 100 efectivos.
Existen otros pequeños países independientes
que, al tener en su organización territorial varios municipios o ciudades, no
califican para la denominación de ciudades-estado, como es el caso de San
Marino, Andorra, Luxemburgo y Liechtenstein.
Naciones soberanas que pueden ser
recorridas a pie en una hora o menos, han demostrado que no hace falta tener un gran
tamaño y población para tener un desempeño económico encomiable o influencia
política a nivel global.
[1] Se
le denomina así a más de 40 años de conflictos entre el Imperio Persa y las
polis griegas, donde los primeros trataban infructuosamente de integrar a sus
dominios a los segundos
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