El pasado 3 de
enero del 2020 el mundo despertó con la noticia del asesinato de uno de los militares más
influyentes del ejército de la República Islámica de Irán, Qassem Soleimani, con
un ataque de misiles lanzados por drones contra el convoy en el que se
desplazaba a su salida del Aeropuerto Internacional de Bagdad, Irak.
El presidente de
Estados Unidos, Donald Trump, tal y como nos tiene acostumbrados, en su propia cuenta twitteó
confirmando su responsabilidad en ordenar dicho ataque. El argumento esgrimido
fue que tomó la decisión para “evitar una guerra”. Sin embargo, todo parece
indicar que las consecuencias de ese acto podrían provocar exactamente lo contrario.
Razones del ataque
Soleimani era el
comandante de la fuerza élite de la Guardia Revolucionaria Islámica, llamada
Fuerza Quds, quien había ganado notoriedad por su participación activa en la
expansión de la influencia política y militar que regionalmente Irán estaba
teniendo en el Medio Oriente, estaba etiquetado por Estados Unidos como un
“terrorista”. Días atrás se habían
realizado violentas protestas frente a la Embajada de USA en Bagdad y Soleimani
era sindicado como mente maestra que estaba coordinando las acciones de las
milicias chiitas en Irak (incluso el ataque a una refinería saudí en las
semanas previas).
Qassem Soleimani |
Pero mientras el
general asesinado era considerado terrorista por Estados Unidos, en Medio
Oriente había consolidado la imagen de un gran estratega gracias a varios
logros relevantes. Entre ellos se cuentan la unificación de los chiitas en Irak
(al punto que actualmente esa corriente está al frente del gobierno de ese
país, donde representan a la mayoría de la población), haber derrotado al
Estado Islámico (ISIS) tanto en Irak como en Siria a través de las milicias pro-iraníes
y haber tenido una participación destacada en la Guerra Iran-Irak durante la
década de los 80s.
Otros arguyen
que para decidirse por el ataque hubo la influencia de otras razones. El
presidente Trump enfrenta en este período pre-electoral un juicio político en
el Congreso y el iniciar una acción bélica a gran escala en el exterior podría
darle un respiro, ya que tradicionalmente la clase política norteamericana
respalda a su presidente cuando está atravesando una guerra. Y es más de un
medio que ha empezado a hacer inferencias al respecto[1].
Derrocamiento
de regímenes adversos y “asesinatos selectivos”, ¿han sido efectivos?
En 2003 se
inició la invasión a Irak para derrocar el régimen de Saddam Hussein. La excusa
era la vinculación del mismo con grupos terroristas y que supuestamente estaba
construyendo armas de destrucción masiva que ponían en peligro a la Comunidad
Internacional. Se esgrimía que su sustitución permitiría desarrollar la
democracia y contribuir a construir la anhelada paz en esa región. En apenas 3
semanas ya las tropas estadounidenses ocupaban Bagdad y la dictadura
colapsaba. Ocho meses después Saddam fue
capturado en su escondite, enjuiciado por crímenes de lesa humanidad y ahorcado
en público.
Sin embargo, no
fue hasta 8 años después que se le pudo dar fin oficial a la ocupación ante la
inestabilidad política que reinó en Irak después del derrocamiento del
dictador. El balance al final fue un país ingobernable, milicias rivales
enfrentadas, surgimiento del ISIS (una de las organizaciones terroristas más
salvajes que se recuerde) y, para colmo, nunca se encontraron evidencias de las
armas de destrucción masiva ni de la vinculación del antiguo régimen con los
grupos terroristas.
Al margen de la
discutida legalidad de esas acciones a la luz del Derecho Internacional, los
“asesinatos selectivos” de Estados Unidos fueron otra práctica frecuente contra
el terrorismo posterior a la Guerra de Irak, aunque su principal precedente fue
el bombardeo al palacio de líder libio Muamar el Gadafi en 1987 por parte de
Ronald Reagan. Importantes líderes terroristas como Osama Bin Laden, Abu Musab
al Zarqaui y Anwar al-Aulaqi, todos de Al Qaeda, fueron eliminados mediante
estos ataques focalizados. De hecho, se puede decir que la pérdida de fuerza e
incidencia de Al Qaeda en los últimos años se ha debido al desmonte de su
estructura jerárquica.
Claro, esta
estrategia puede ser efectiva contra organizaciones furtivas que trabajan en
las sombras y sobre la base de “células” que son coordinadas de forma remota.
Una vez sea identificado el paradero del actual #1 de Al Qaeda, Aymán az
Zawahirí, su eliminación podría ser el tiro de gracia a la aparentemente
moribunda organización.
Sin embargo,
combatir al ISIS es algo diferente. Ellos no actúan tan en las sombras, ya que
conquistan territorios y los “gobiernan” bajo su régimen fundamentalista de
terror. Al igual que el Talibán en Afganistán, estos grupos territoriales (que
se constituyen por sí mismos en una especie de estado con sus propias
instituciones), deben ser vencidos en el terreno. En ambos casos, después de
“gobernar” grandes extensiones de territorio, después de ser combatidos en el
terreno por fuerzas regulares han sido puestos en desbandada. Tal fue el caso
del Talibán que desde 1996 hasta el 2001 gobernó los destinos de Afganistán
hasta que una coalición liderada por Estados Unidos los desalojó del poder y
hasta el sol de hoy se han dedicado a la guerra de guerrillas en las montañas.
El ISIS, que inició la expansión de su califato en 2014 sobre distintas
provincias iraquíes y sirias, gracias a la integración de varios frentes en su
contra fueron expulsados del control de dichos territorios.
Enclave dominado por el Estado
Islámico (ISIS)
Aunque Estados
Unidos participó en el bombardeo de posiciones del ISIS (incluso se adjudicaron
la eliminación de su líder Abu Bakr al-Baghdadi en 2019), su rol ha sido
fuertemente cuestionado, ya que han surgido evidencias de proveer
financiamiento y equipamiento (como en su momento también se le acusó con Al
Qaeda), al tiempo de que por momentos parecía más interesado en debilitar las
fuerzas del ejército de Siria que las del ISIS, en su afán por derrocar a Bashar
al-Ásad. Todo luce que la participación de Rusia, Turquía, Irak, Siria, Irán y
hasta la propia Jordania ha sido más determinante que Estados Unidos en
desalojar al ISIS.
Todos estos
enfrentamientos han tenido su casus belli[2].
En el caso de Al Qaeda y el Talibán, el ataque a las Torres Gemelas en NY y al
Pentágono en Washington en septiembre 2001, acto terrorista reivindicado por Al
Qaeda cuyos líderes operaban en territorio afgano con protección del gobierno
del Talibán, desencadenó el inicio de la Guerra contra el Terrorismo[3]
por parte de Estados Unidos.
En el caso de la Guerra en Irak, la causa de esa
declaración de guerra fue por la denuncia del presidente George W. Bush de que
el dictador iraquí Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que con
ellas amenazaba a Occidente[4]
(aunque debe resaltarse que nunca la ONU llegó a autorizar dicha invasión[5]).
En el caso del ISIS, la propia ONU la declaró en 2015 “una amenaza sin
precedentes a la paz y seguridad mundiales”, por lo que autorizó enfrentarla
militarmente[6].
Por todo lo
dicho, es evidente que para la caída del Talibán y el ISIS, aunque algunos de sus
líderes fueron víctimas de asesinatos selectivos, ha sido más determinante la
guerra frontal sobre el territorio para anular su amenaza.
Por tanto, dado
que la República Islámica de Irán es un Estado soberano, mucho más poderoso en
recursos, personal militar y relaciones internacionales, que el ISIS, Al Qaeda,
el Talibán y el régimen de Saddam Hussein (Irak) juntos, ¿por qué iniciar
contra ellos asesinatos selectivos cuando no existía un conflicto bélico
declarado previamente?
República
Islámica de Irán, algunos datos fácticos
Desde el punto
de vista de la geografía económica, Irán es el segundo país más grande en
superficie del Oriente Medio con 1,648,195 kms cuadrados (el de mayor tamaño es
Arabia Saudita) y el 1ro en población con 83,375,000 personas (De considerar a
Egipto como parte de Oriente Medio entonces pasaría al 2do lugar). Es la
tercera economía de la región con un PIB PPA de US$1,540 billones (por detrás
de Turquía y Arabia Saudita).
Otro aspecto
importante a destacar es que Irán es el 5to productor mundial de petróleo (2do
del Medio Oriente después de Arabia Saudita). Es también el líder en su región
en producción de cemento (4to del mundo) y de acero (14vo a nivel mundial). Un
dato curioso es que Irán es el mayor productor mundial de caviar, pistachos y
azafrán.
En el campo
militar, según refiere Global Fire Power (GFP)[7],
la República Islámica de Irán está lejos de ser una superpotencia. Se encuentra
en el lugar 14 del ranking mundial. En resumen, su ejército tiene las
siguientes características:
En total cuenta
con unos 548,000 efectivos (que lo colocan en un 8vo puesto a nivel mundial), y
según la misma fuente, es la 3ra potencia militar del Medio Oriente, detrás de
Turquía y Egipto (en 2do lugar sin Egipto). Su fuerza naval es considerada la
4ta del mundo, solo detrás de Corea del Norte, China y Estados Unidos, con un
total de 398 unidades navales de combate, de los cuales 21 son submarinos.
Su fuerza aérea
es limitada (posicionada en el lugar 24 globalmente, y regionalmente está por
debajo de Egipto, Turquía, Arabia Saudita, Israel y Emiratos Árabes Unidos. Sin
embargo, su gran fortaleza son los misiles. En cuanto a unidades de lanzamiento
de cohetes, según GFP cuenta con más de 1900, siendo la 4ta fuerza a nivel
global, incluso por encima de Estados Unidos en este renglón, que se encuentra
en 6ta posición). En artillería autopropulsada (como los tanques de guerra y
otros), está en el lugar 11vo con 570 unidades, por debajo incluso de Turquía,
Egipto, Arabia Saudita e Israel. En cuanto a su capacidad de realizar ataques
con drones, ninguna fuente ofrece estadísticas claras, pero muchos ataques que
realizó en años recientes contra el Estado Islámico y el bombardeo a la
principal refinería saudí en septiembre pasado fueron hechos con drones.
Por supuesto,
frente a frente Irán es, por mucho, inferior militarmente a Estados Unidos. Sin
embargo, su capacidad de iniciar y prolongar una guerra asimétrica es digna de
ponderación. Está más que comprobada su habilidad para desarrollar la guerra a
través de fuerzas “proxy” en forma de milicias e insurgentes leales en diversos
países de la región. Tal es el caso de Irak, Líbano, Palestina, Siria, Yemén,
entre otros. En otras palabras, y sin que medie la intromisión en el conflicto
de una tercera nación, una guerra abierta entre Estados Unidos e Irán con toda
seguridad les abriría a los norteamericanos varios frentes, tomando en cuenta
que tienen 17 bases militares solamente en Medio Oriente (sin Turquía), muy
cercanas a áreas de influencia de milicias pro iraníes (como Irak, Yemen,
Siria, etc.).
Fuente externa
¿Por qué
ahora el ataque?
Como veremos en
esta cronología consolidada de las fuentes Deutsche Welle (DW) y BBC[8],
los problemas entre Estados Unidos e Irán vienen desde el mismo triunfo de la
Revolución Islámica de 1979. Ese mismo año una muchedumbre irrumpió en la
Embajada de Estados Unidos en Bagdad y tomó como rehenes a 63 funcionarios. Al
año siguiente, rompen relaciones diplomáticas y el vecino Irak (gobernado por
Saddam Hussein) invade suroeste iraní desencadenando una confrontación entre
ambos países que se prolongó hasta 1988.
Toma de Embajada de Estados Unidos en
Teherán, 1979
Después de más
de 1 año secuestrados, Irán libera a los rehenes de la embajada norteamericana
a principios de 1981. Durante la guerra entre Irán e Irak, el ejército iraní
atacó varios petroleros norteamericanos y en 1988 un avión iraní fue derribado
por un buque de guerra de Estados Unidos matando a sus 290 ocupantes.
Cuando ocurrió
el ataque de Al Qaeda a las torres gemelas en 2001, Estados Unidos incluyó a
Irán como parte del “Eje del Mal”. En 2002, con ayuda de Rusia, Irán empieza a
construir su primer reactor nuclear. En 2003 George W. Bush ordenó la invasión
a Irak mientras que anunciaba su sospecha de que Irán estaba desarrollando
armas nucleares. En 2005 la Organización Internacional de Energía Atómica
(OIEA) informa que Irán está violando el Tratado de No Proliferación de Armas
Nucleares. En 2006 Irán anuncia oficialmente que estaba enriqueciendo uranio
para su programa nuclear y Bush amenazó con utilizar armas nucleares “tácticas”
contra Irán.
En 2008 gana las
elecciones Barak Obama en Estados Unidos, quien ofrece a Irán un “nuevo
comienzo” para mejorar las relaciones. Al año siguiente, Obama reconoce el
derecho de Irán de tener su programa nuclear siempre y cuando sea para fines
pacíficos.
En 2013 asume el
poder en Irán Hasan Rohani quien se propone negociar el levantamiento de las
sanciones económicas contra su país. En 2015 firma en Viena un acuerdo nuclear
que pone fin al embargo. Con la llegada de Donald Trump al poder en 2016, los
Estados Unidos empieza a plantear la cancelación del acuerdo. En 2018 la OIEA
confirma que Irán cumple a cabalidad el acuerdo firmado 3 años antes. A pesar
de ello, Estados Unidos se sale del acuerdo y amenaza con sanciones a los países
europeos que compran crudo iraní. Poco después reanuda el embargo comercial
contra Irán y nuevamente se elevan las tensiones.
En abril de 2019,
por primera vez en su historia, Estados Unidos declara a una organización
estatal extranjera, la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, como “terrorista”,
y Teherán responde declarando a Estados Unidos “patrocinador estatal del
terrorismo”. Ese mismo año, en mayo y junio, ocurren varios incidentes con
petroleros en el Golfo Pérsico, tras los cuales Estados Unidos acusa a Irán de
ser los responsables. Poco después, todavía en junio, Irán derriba un dron
estadounidense. El mes siguiente, la Armada Británica detiene un petrolero
iraní en Gibraltar e Irán anuncia que ya no respetará el tope de
enriquecimiento de uranio establecido en el acuerdo de 2015. Días después, la
armada iraní confisca un petrolero británico.
Refinería saudí de Abqaiq atacada por
milicianos pro-iraníes
En septiembre
2019 fue bombardeada por drones la refinería más grande de Arabia Saudita (y
del mundo) en la ciudad de Abqaiq. El ataque fue reivindicado por rebeldes
yemenitas financiados por Irán. En los meses subsiguientes presidentes de
varios países intentaron mediar en la crisis, mientras que el máximo líder de
Irán, el ayatola Alí Jameini, se oponía a nuevas negociaciones con Estados
Unidos. El 27 de diciembre fue atacada en Irak la base militar estadounidense localizada
en Kirkuk, ocasionando la muerte a un contratista norteamericano e hiriendo a
cuatro. En esa ocasión fue acusado el Movimiento de Resistencia Islámica de Irak
o Kataeb Hezbolá (financiados por Irán), quienes fueron entonces bombardeados en
su centro de operaciones por aviones de Estados Unidos dos días después,
ocasionando la muerte a 25 milicianos.
Es en ese
contexto que el 3 de enero de 2020, mediante un ataque realizado mediante
drones, el presidente Trump autorizó eliminar a Qassem Soleimani en momentos en que
salía del Aeropuerto Internacional de Bagdad, acción que fue respondida por Irán el
día 8 con el lanzamiento de varias docenas de misiles teledirigidos hacia dos
bases militares norteamericanas localizadas en Irak, principalmente a la localizada en Al Asad. Fue un ataque sin víctimas,
pero las fotografías satelitales reflejan que fue quirúrgicamente dirigido aparentemente con ese mismo propósito. Para complicar aún más las cosas, Irán admitió que erróneamente uno de los misiles lanzados ese día alcanzaron un avión comercial ucraniano que despegaba de Teherán y que le costó la vida a 176 personas.
Secuencia fotográfica publicada por
BBC que muestra los daños a la base norteamericana de Al Asad, Irak
Como refleja la
anterior cronología, las relaciones entre Estados Unidos e Irán en los últimos
40 años han sido bastante conflictivas, con escaramuzas que han perjudicado vidas y bienes de ambas partes, pero en ningún momento han llegado a la
confrontación directa. Sin embargo, sin importar los argumentos utilizados, el
asesinar a un alto funcionario (en este caso, comandante militar) de un estado
soberano es en sí mismo una declaración de guerra. Eso obliga a una pregunta
obvia, ¿por qué ahora?
John Chipman, director
general del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IIES por sus
siglas en inglés), con sede en Londres, publicó en noviembre 2019 un análisis[9]
que podría ser la clave para responder esa pregunta. En su artículo explica
cómo Irán estaba ganando la guerra por la conquista del Oriente Medio y la
pobre respuesta de Occidente para evitarlo. Resalta que Teherán ha desarrollado
una capacidad nunca antes vista de conducir la guerra a través de terceros o “proxies”,
incrementando de forma sostenida su influencia en la región para mantener las
hostilidades al máximo nivel reduciendo las probabilidades de recibir represalias
de manera directa. Lo han logrado en Siria, Irak y Yemén, estados frágiles, sin
importar si son de mayoría chiita o suní.
Los Estados
Unidos identificaron a la Fuerza Quds como el factor clave para esa
articulación en el extranjero y a Qasem Suleimani como su ideólogo. Por tanto,
se deduce que la estrategia norteamericana consiste en “desarticular” a esa
fuerza a través de la eliminación de sus comandantes militares.
La duda que
queda en el aire es si esta jugada ha sido realmente bien planificada o si, por
el contrario, es un exabrupto que podría ser contraproducente. Si esta baja
militar no produce ninguna interrupción en los mecanismos de influencia que
Irán tiene en la región, si se produce una escalada en la confrontación militar
que unifique en contra de Estados Unidos a las naciones islámicas
(especialmente las de mayoría chiita) o si las milicias iraquíes (cuyo
comandante general también fue asesinado en el mismo atentado) intensifican la
presión y guerra de guerrillas para producir el desalojo de las bases militares
estadounidenses, cualquiera de estas condiciones que se cumplan, significarán
una gran pérdida de influencia en la región para Washington.
Por lo pronto,
el gobierno iraquí ya ha solicitado formalmente la retirada de las tropas de
Estados Unidos y desmonte de sus 6 bases militares en dicho territorio y además
Irán ha abandonado el acuerdo nuclear y reiniciado el enriquecimiento del
uranio ahora sin límites (lo que le permitiría construir una bomba atómica en
menos de 5 años). Con una Rusia y Turquía ahora coincidiendo en política
exterior, luce bastante arriesgado para Donald Trump iniciar un conflicto
abierto con una nación que, aunque es significativamente inferior en poderío
militar, tiene un formidable inventario de misiles de corto y mediano alcance
capaces de impactar a las 17 bases militares que tiene en la región.
Mientras tanto
Trump luce muy optimista y seguro de su fortaleza y capacidad discrecional para
actuar al margen del derecho internacional. Pero una lectura objetiva de los
hechos y de cómo está la situación en la región antes y después del 3 de enero,
sugieren en otra dirección.
Lo lamentable es
que solo se frotan las manos los amantes de la guerra, mientras el resto del
mundo, con su mirada triste y expectante, presencia y sufre los horrores de la misma.
[1] https://www.hoy.es/internacional/oriente-proximo/trump-muerte-suleimani-20200104231152-ntrc.html,
https://elcomercio.pe/mundo/actualidad/qasem-soleimani-muerto-las-elecciones-y-el-impeachment-los-factores-que-pesaron-para-que-donald-trump-ordenara-la-muerte-del-general-irani-iran-irak-estados-unidos-noticia/,
https://www.eldia.com/nota/2020-1-4-1-49-37-la-apuesta-de-trump-a-10-meses-de-las-elecciones-el-mundo
[2] Expresión latina que significa “motivo de guerra” y se utiliza para
indicar cuál es la causa o pretexto para iniciar un conflicto bélico
[7] Sitio web especializado en análisis de poderío militar: https://www.globalfirepower.com/
[9] https://www.iiss.org/blogs/analysis/2019/11/iran-influence-middle-east,
artículo publicado originalmente en The
Telegraph
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