En Rep. Dominicana no existe la tradición de que los candidatos políticos,
en vísperas de elecciones, se enfrenten cara a cara para debatir sus ideas y
propuestas de gobierno ante la opinión pública.
Esta práctica, tan arraigada en otros países (incluso con el mismo nivel
de desarrollo que nosotros), resulta sumamente beneficiosa para elevar el nivel
del debate político al tiempo que obliga a los partidos seleccionar candidatos
con el nivel suficiente como para manejar los distintos temas que se supone un
Presidente de la República debe dominar, dada la complejidad de un cargo de esa
naturaleza.
Otro aspecto que suele influir es el dominio “escénico” del candidato. En una época marcada por la transmisión en
vivo de imágenes, no basta solamente con que se tenga buenas respuestas sino
que también se haga con una voz y presencia que transmita dominio y seguridad
de lo que se habla. El caso más famoso
fue, justamente, el primer debate televisivo de la historia, cuando en 1960
John F. Kennedy y Richard Nixon lo hicieron frente a una cadena nacional de
radio y televisión. Los que escucharon
el debate por radio, creyeron que Nixon lo había ganado, sin embargo, el gran
ganador fue Kennedy (pocas semanas después gano las elecciones también) porque
los 100 millones de televidentes en todo el mundo vieron como el último se
adueño del escenario y se crecía en cada pregunta que hacia el moderador.
En nuestro país, el primer y único debate conocido fue el realizado en 1962
entre el Prof. Juan Bosch y el Padre Lautico García. Fue un caso muy atípico porque el Sr. García
no era candidato y la única intención de ese debate era que las fuerzas
conservadoras querían hundir políticamente al Prof. Bosch, favorito en las
encuestas para ganar las elecciones de ese año.
Este último, a pesar de la forma insidiosa y mal intencionada en que dirigía
sus preguntas el sacerdote, su proverbial capacidad e ingenio le hizo ganar el
debate, y de manera aplastante, las elecciones de 1962.
En estos días veo como muchas personas, por el hecho de que su candidato no
luzca las mejores condiciones para ir a un debate, minimizan la importancia de
que un aspirante al solio presidencial tenga buen dominio de sus ideas o que pueda
expresarse de forma que demuestre preparación e inteligencia. Sin embargo, sí es importante.
Lo pongo de esta manera: Cuando
tenemos una molestia o enfermedad sencilla, normalmente nos atendemos con el médico
que este “consultando” en la clínica o con el que este de turno en emergencia;
pero cuando nuestra dolencia requiere una intervención quirúrgica, usualmente
consultamos varios especialistas para conocer su parecer. Generalmente nos decidimos por aquellos
doctores que muestran “dominio” del tema, que tienen buen historial profesional
y nos transmiten confianza con sus palabras.
El votante no comprometido (la famosa “masa silente”) razona de la misma
manera. Observa los candidatos, evalúa su experiencia como funcionario público
(si la tiene) y, sobre todo, espera que le transmita esa “confianza” que tanto
necesita.
Todos los ciudadanos, no importa si es rico, clase media o pobre, tiene expectativas
y un “capital” que proteger, siendo el principal su familia. Los ricos, obviamente, además tienen
empresas, bienes e inversiones que vigilar, y la permanente necesidad de ver
multiplicar su rentabilidad. La clase media
vive en la tensión permanente de conservar su vivienda y vehículo, además de
esperar siempre que las tasas de interés de su préstamo no se disparen. Los pobres, que en todas las sociedades son
las víctimas de la desigualdad económica y social, también tienen un “capital”
que proteger. Nos referimos a su medio de vida, sea un trabajo formal o no, a
sus subsidios sociales (si los tiene) y, sobre todo, a sus sueños. Su sueño de salir de la pobreza, de lograr un
mejor porvenir para su familia y de que, sobre todo, sus hijos logren las
oportunidades que ellos no tuvieron.
El debate es un mecanismo idóneo para que los ciudadanos conozcan que
piensan hacer los políticos con su futuro.
Tienen derecho a ello. Si un
candidato cree que no debe o puede ir a debatir lo que piensa, entonces es
mejor que cambie de oficio y le dé el turno a otro que si pueda hacerlo.
Estamos en el siglo XXI, rumbo a la Sociedad de la Información y el
Conocimiento. Por tanto, nuestro querido
país debe irse acoplando a los nuevos esquemas, incluyendo la forma en que se
hace política. Yo creo firmemente en
eso.
Algún día, espero que en un futuro no muy lejano, los partidos políticos elegirán
candidatos capaces y bien preparados, dispuestos a debatir libremente sus ideas
y sus respectivos programas de gobierno.
Al final, ganaremos todos, porque ganará el mejor.