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sábado, 5 de mayo de 2012

Sobre la importancia de los debates electorales…


En Rep. Dominicana no existe la tradición de que los candidatos políticos, en vísperas de elecciones, se enfrenten cara a cara para debatir sus ideas y propuestas de gobierno ante la opinión pública.  Esta práctica, tan arraigada en otros países (incluso con el mismo nivel de desarrollo que nosotros), resulta sumamente beneficiosa para elevar el nivel del debate político al tiempo que obliga a los partidos seleccionar candidatos con el nivel suficiente como para manejar los distintos temas que se supone un Presidente de la República debe dominar, dada la complejidad de un cargo de esa naturaleza.

Otro aspecto que suele influir es el dominio “escénico” del candidato.  En una época marcada por la transmisión en vivo de imágenes, no basta solamente con que se tenga buenas respuestas sino que también se haga con una voz y presencia que transmita dominio y seguridad de lo que se habla.  El caso más famoso fue, justamente, el primer debate televisivo de la historia, cuando en 1960 John F. Kennedy y Richard Nixon lo hicieron frente a una cadena nacional de radio y televisión.  Los que escucharon el debate por radio, creyeron que Nixon lo había ganado, sin embargo, el gran ganador fue Kennedy (pocas semanas después gano las elecciones también) porque los 100 millones de televidentes en todo el mundo vieron como el último se adueño del escenario y se crecía en cada pregunta que hacia el moderador.

En nuestro país, el primer y único debate conocido fue el realizado en 1962 entre el Prof. Juan Bosch y el Padre Lautico García.  Fue un caso muy atípico porque el Sr. García no era candidato y la única intención de ese debate era que las fuerzas conservadoras querían hundir políticamente al Prof. Bosch, favorito en las encuestas para ganar las elecciones de ese año.  Este último, a pesar de la forma insidiosa y mal intencionada en que dirigía sus preguntas el sacerdote, su proverbial capacidad e ingenio le hizo ganar el debate, y de manera aplastante, las elecciones de 1962.

En estos días veo como muchas personas, por el hecho de que su candidato no luzca las mejores condiciones para ir a un debate, minimizan la importancia de que un aspirante al solio presidencial tenga buen dominio de sus ideas o que pueda expresarse de forma que demuestre preparación e inteligencia.  Sin embargo, sí es importante. 

Lo pongo de esta manera:  Cuando tenemos una molestia o enfermedad sencilla, normalmente nos atendemos con el médico que este “consultando” en la clínica o con el que este de turno en emergencia; pero cuando nuestra dolencia requiere una intervención quirúrgica, usualmente consultamos varios especialistas para conocer su parecer.  Generalmente nos decidimos por aquellos doctores que muestran “dominio” del tema, que tienen buen historial profesional y nos transmiten confianza con sus palabras. 

El votante no comprometido (la famosa “masa silente”) razona de la misma manera.  Observa los candidatos,  evalúa su experiencia como funcionario público (si la tiene) y, sobre todo, espera que le transmita esa “confianza” que tanto necesita.

Todos los ciudadanos, no importa si es rico, clase media o pobre, tiene expectativas y un “capital” que proteger, siendo el principal su familia.  Los ricos, obviamente, además tienen empresas, bienes e inversiones que vigilar, y la permanente necesidad de ver multiplicar su rentabilidad.  La clase media vive en la tensión permanente de conservar su vivienda y vehículo, además de esperar siempre que las tasas de interés de su préstamo no se disparen.  Los pobres, que en todas las sociedades son las víctimas de la desigualdad económica y social, también tienen un “capital” que proteger. Nos referimos a su medio de vida, sea un trabajo formal o no, a sus subsidios sociales (si los tiene) y, sobre todo, a sus sueños.  Su sueño de salir de la pobreza, de lograr un mejor porvenir para su familia y de que, sobre todo, sus hijos logren las oportunidades que ellos no tuvieron.

El debate es un mecanismo idóneo para que los ciudadanos conozcan que piensan hacer los políticos con su futuro.  Tienen derecho a ello.  Si un candidato cree que no debe o puede ir a debatir lo que piensa, entonces es mejor que cambie de oficio y le dé el turno a otro que si pueda hacerlo.

Estamos en el siglo XXI, rumbo a la Sociedad de la Información y el Conocimiento.  Por tanto, nuestro querido país debe irse acoplando a los nuevos esquemas, incluyendo la forma en que se hace política.  Yo creo firmemente en eso.

Algún día, espero que en un futuro no muy lejano, los partidos políticos elegirán candidatos capaces y bien preparados, dispuestos a debatir libremente sus ideas y sus respectivos programas de gobierno.  Al final, ganaremos todos, porque ganará el mejor.


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